Emprendedores de película

Del cine a la gastronomía: la inspiradora historia de SANA A ROU

Rodrigo Iurlaro y Guillermina Iguña comandan uno de los rincones más atractivos de La Barra, que destaca por sus sabores y su cocina apta para todos. Sin embargo, hasta hace muy poco tiempo, ni lo hubieran imaginado.
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Del cine a la gastronomía: la inspiradora historia de SANA A ROU

Impulso y señales emprendedoras

Entre las historias de aquellos que destacan y dejan huella con sus proyectos, sea cual sea su índole, se encuentran muchas veces los casos de quienes toda la vida persisten con una misma idea hasta lograrlo. Pero también existen otras, como esta, en donde los sucesos son más sorpresivos y el camino se encuentra al andar.

Rodrigo Iurlaro y Guillermina Iguña son una pareja de argentinos con una esencia emprendedora indudable. Hasta hace realmente poco, sus planes estaban en el mundo del cine, hasta que una serie de hechos, la pandemia y su propia inspiración los impulsaron a crear lo que hoy se ha convertido en el punto de encuentro de muchos turistas y locales en Punta del Este, y proyecta a seguir creciendo.

SANA A ROU: un refugio de sabores y bienestar

A metros de la bajada de la Posta del Cangrejo, un punto conocido para turistas y locales en La Barra, la pareja ha levantado lo que muchos conocen como “el ranchito” de SANA A ROU. Allí, la propuesta gastronómica está clara y extremadamente bien resuelta, ya que se tratan de preparaciones veganas, sin azúcar y sin gluten, pero que priorizan el sabor.

“Hacemos todo gigante, tenés que saciarte, deleitarte, enchastrarte y comer bien. Es comida rápida, canchera, copada, pero a la vez adaptada a nuestra propuesta: algo sano, saludable, artesanal y con ingredientes de alta calidad”, explica Iguña, más conocida como Nina, quien todavía recuerda con una sonrisa la sorpresa del mismísimo Hugo Soca al probar uno de sus postres: “Nos dijo que era el muffin de banana más rico que había probado en su vida”.

El menú de SANA A ROU, apto vegano, diabéticos y celíacos, comprende variedad de burritos, ensaladas, sopas, waffles, yogur helado, cafetería, pastelería y bebidas, y lo combina con una experiencia cien por ciento relajada a metros de la playa.

Una búsqueda personal en la comida

Si bien un negocio en gastronomía estaba alejado de sus horizontes, una búsqueda particular en la comida y las recetas cotidianas sí los acompañaban desde siempre: A los 10 años dejé de comer carne y pollo, y a medida que fui creciendo empecé a desarrollar un paladar diferente. Una cosa llevó a otra, de lo vegano a lo sin gluten, pero siempre tratando de comer bien y rico”, relata Iguña, y completa: Cuando me encontré con Rodrigo, que come sin gluten, empecé a cocinar cosas para él y así surgió esa magia de cuando lo haces con amor, y comenzamos a tomarle gusto, yo a la cocina y él a las recetas”.

Tal como relatan, las recetas que hoy enamoran a cada uno de sus visitantes fueron desarrollándose de a poco puertas adentro, incluso sin pensar que algún día se convertirían en una recomendación imperdible de la región turística por excelencia en Uruguay.

Otra cosa que tampoco aparecía entre sus posibilidades, era el estilo de vida que hoy llevan y la concreción de su proyecto, ya que su día a día estaba realmente muy alejado de ello.

Una historia emprendedora de película

“Nosotros nos dedicamos desde muy chicos al cine”, confiesa Iurlaro sobre sus orígenes. En realidad, nunca abandonaron esta actividad, ya que con su productora acaban de estrenar “Viral”, una serie de zombies disponible en Amazon, aunque sí es cierto que hoy su actividad principal se encuentra en otro lado.

Tal como cuentan, ambos vienen del arte, mundo que los encontró y unió desde un comienzo. Y que también les propuso un principio complejo, ya que al poco tiempo de conocerse ella partió a estudiar a Nueva York teniendo que afrontar el desafío de una relación a distancia. “Fueron tres o cuatro años de viajes de ida y vuelta, tratando a la fuerza de que los dos mundos se encuentren”, recuerda Iguña.

En 2019, finalmente, las piezas se unieron y lograron que una producción de Los Ángeles se filmara en Buenos Aires para trabajar juntos en ella. Así es que proyectaron hacerla, pasar el verano en Argentina y luego mudarse definitivamente a Nueva York, pero la pandemia dejó ese sueño trunco, hallándolos con pasajes comprados y una casa alquilada en Estados Unidos.

Una amiga nos prestó una casa en Caseros porque no teníamos donde quedarnos, así que nos quedamos nosotros dos en un caserón gigante”, rememora ella sobre ese difícil momento. Fue así que mientras aguardaban un desenlace, filmaban algunas tomas para un documental casero y cocinaban cada día un poquito más, un día armaron una bandeja de desayuno y le sacaron una foto que subieron, ingenuamente, a Mercado Libre.

El mensaje que lo cambió todo

A las dos horas de aquella publicación les llegó un pedido, pero ya se habían comido todo. “Nos agarró un miedo total, no teníamos elementos y estaba todo cerrado. Fuimos al cotillón que estaba cerca y armamos la bandeja como pudimos, no la queríamos entregar, nos daba vergüenza lo que estábamos dando”, admiten con sinceridad.

No pasó mucho tiempo hasta que recibieron un mensaje de su primera clienta, una madre que había comprado el desayuno para su hija, que al ser diabética, no podía comer una preparación dulce tradicional: “La felicidad de esa madre fue increíble, fue la primera torta que su hija pudo comer y le encantó”, expresa Iurlaro sobre aquel agradecimiento que significó el punto de inflexión para impulsar lo que hoy es Sana A ROU.

Desembarco en Uruguay

Luego de intentar abrir un local en Buenos Aires, que la burocracia y las trabas impidieron, la búsqueda de un nuevo destino, una serie de experiencias reveladoras en plena pandemia y la posibilidad de instalarse en Punta del Este, ya que allí contaban con una casa familiar, los llevaron a decidirse por emigrar.

Antes de viajar, alquilaron el local por internet, ya que sin eso tampoco podían ingresar al país. Y una vez instalados, tras el aislamiento obligatorio, empezaron a ponerlo en condiciones, caminando durante dos horas de ida y dos horas de vuelta entre la casa y el ranchito.

Pasó un mes y Sana A ROU seguía cerrado: “La gente pasaba y nos preguntaba cuándo íbamos a abrir, pero nosotros teníamos pánico”, reconoce Iurlaro todavía con nerviosismo. Hasta que un día un vecino los obligó y no tuvieron más remedio, dando inicio a una etapa que solo refleja progreso y hoy ofrece incluso un mercado con cuarenta y cuatro productos propios.

Reconocer el éxito y proyectar a futuro

Propio de su historia tan singular y vertiginosa, la pareja empieza de a poco a comprender el lugar que han sabido construir y ser estratégicos: “En este momento nos preparamos como emprendedores, entendimos nuestro rol. A lo largo del camino supimos tomar las decisiones y entender cuando era el momento de empezar a soltar para apostar al crecimiento. Nos propusieron cosas muy lindas, como por ejemplo un programa de televisión con Hugo Soca, hoy también tenemos propuestas de franquicias o sucursales”, aclaran y adelantan.

Yendo a lo más concreto en el presente, los fundadores de SANA A ROU se encuentran desarrollando su último proyecto, un mercado propio de sus productos: Hoy tenemos un market casi de cuarenta y cuatro productos ya listos, envasados al vacío para que te puedas llevar. Estés donde estés, venís y te lo llevas para disfrutar donde y cuando quieras”, concluyen.

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